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MARIPOSA

ilustracion de Ricard Jara

El día se desperezaba a golpe de luz. Los árboles recibían al sol subiendo las copas hacia arriba, los girasoles sonreían y una diminuta mariposa cruzaba el cielo en su infinito vuelo. Todo era perfecto. La primavera resurgía entre colores y alegría.

Tras los cristales a través de los cuales se podía ver una pequeña cama unos ojos inmensos se abrieron buscando la luz y recorrieron el cielo de una parte a la otra, no había nubes ni nada que pudiera pintar de gris un lindo amanecer.  Unos pasitos tocaron el suelo frío y se acercaron muy poco a poco a la ventana; dos, tres, cuatro golpes para llamar la atención. La mariposa se posó en el vidrio y miró curiosa intentando ver a través de ellos. Movió sus antenas de ojos hacia atrás y adelante, atrás y adelante y revoloteó sin parar hasta que consiguió escuchar un llanto muy pero que muy lejano.

— ¿Por qué lloras? – gritó la mariposa con su desgarbada alegría.

— Estoy aquí encerrado, no puedo salir. 

—  Sí, pero ¿por qué lloras? –volvió a repetir moviendo las alas sin parar.

—  Estoy muy triste.

—  Pero tienes un cristal para admirar mi hermosura—  dijo con su voz de pitó

— No puedo tocarte.

— Pero que dices descerebrado, si me tocas, me matas – volvió a decir la mariposa elevando su colorido azul y amarillo por el cristal. — ¿Nunca has salido de esa habitación o qué?

La pequeña cabecita negó bajando los ojos hacia el marco de la ventana. Cuando los volvió a subir la mariposa nerviosa no paraba de subir, arriba y abajo, abajo y arriba por el cristal. No se estaba quieta ni un momento y él apenas si podía caminar. Le dolía todo. Tímidamente volvió a tocar el vidrio, estaba frío y sentía como ese frío se le calaba muy adentro. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? No se acordaba, ahora vagaba todo el día por la sala, la gente mayor entraba, venían médicos de todos los países y escuchaba sus conversaciones:

—Un virus! 

—Una enfermedad rara! 

—¿Lupus? 

Ggrrrr, eso suena a hombre lobo. ¿Y qué es de un hombre lobo sin una Caperucita? 

Los libros de cuentos ordenados en la estantería, ni un rastro de polvo, el suelo impoluto, la sirvienta que venía cada cuarto de hora a pasar la fregona, el criado abría y cerraba las cortinas al alba y al anochecer. Los médicos hablaban de mucha higiene, todo muy limpio y resplandeciente. El tiempo ya haría el resto de su trabajo. Pero el tiempo pasaba muy lento y aunque dormía casi todo el día se daba cuenta de que era un juez que daba una sentencia. El tiempo podía ser eterno cuando se espera o un segundo si pasa algo que jamás hubieses pensado que pasaría. Le costaba respirar en ese lugar tan cerrado. 

—Nunca he salido de aquí— dijo mientras la mariposa dio un último respingo y se alejó deprisa de la casa, del cristal y de la habitación.

Todo volvía a su sitio, el sol hacía su recorrido cada día, las mariposas jugueteaban aquí y allá, las cortinas se abrían y se cerraban cada vez más rápido y cada día un pequeño gusano de la medida de una uña del dedo más pequeño del cuerpo se metía bajo la madera que hacía de cornisa en la ventana. Con las lágrimas aun rodando por sus mejillas se repetía las palabras de su mariposa.

— ¿Por qué lloras?

Habían pasado pocos días cuando la criada entró una vez más a pasar la fregona por el suelo y notó que había algo raro en la habitación. Abrió la ventana deprisa y una pequeña mariposa, algo más grande que la uña del dedo más pequeño del cuerpo, del color de la aguamarina, salió volando por encima de su cabeza hacia el sol. La criada sonrió un instante y cerró la ventana mientras miró la cama vacía del niño que ya se había ido a la escuela. Era su primer día de colegio después de largas jornadas de enfermedad. El sol brillo aún con más fuerza y sus rayos pintaron un pequeño arcoíris del color del mar en las paredes.


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